Deshacer internet

La descentralización es una característica fundamental de internet que asegura su operación satisfactoria mientras crece, incluso mientras fallan algunas de sus partes. Uno de los pioneros de internet, Paul Baran, estimó que una red con arquitectura descentralizada tiene una probabilidad alta de persistir a pesar de la desaparición de uno o más de sus elementos. Al retirar uno o más de los nodos de la red, aún es posible comunicar entre sí a la mayoría de sus participantes. En una arquitectura centralizada, basta con retirar el elemento principal, al que la mayoría está conectada, para que toda la red deje de funcionar.

objetivosredes

“Deshacer internet” consiste justamente en ir en contra de esa característica, consiste en centralizar, en aglutinar conocimiento sin compartir, en cortar vínculos con el resto de internet, por ejemplo:

  1. La aglutinación del conocimiento liderada por la industria del copyright (la del cine, la música, y los libros, etc).
  2. El monitoreo excesivo por parte de empresas y gobiernos que desemboca en vigilancia masiva a ciudadanos y ciudadanas de la red.
  3. La centralización de servicios que, a la larga, sesgan la manera en la que accedemos a la información, como la realizada principalmente por los gigantes de las redes sociales y motores de búsqueda.

 Vamos a revisar con detalle cada una de esas prácticas.

La aglutinación del conocimiento

En 1998 un joven estudiante norteamericano inició una revolución digital sin saberlo. Shawn Fanning escribió en el dormitorio de su universidad un programa para compartir archivos de música con sus amigos, Napster. Este programa se popularizó gracias a su forma peculiar de democratizar el acceso a la música mediante una red descentralizada y colaborativa.

En poco tiempo, Napster se convirtió en una enorme red de intercambio de archivos. Una red dentro de internet con cientos de miles de participantes. Y por sí sola sirvió para motivar a millones de personas a entrar a esa nueva red: ya no solo era una red para leer páginas web, era una red para colaborar. Esto cambió profundamente el destino de internet.

Eventualmente Napster murió en los juzgados. La industria del copyright comenzó a presionar desde distintos frentes para tapar esa “fuga” de información. Quería detener la copia y distribución de música fuera de los canales oficiales basados en formatos físicos como el CD. Si bien Napster desapareció, su ejemplo prevaleció, su mayor aportación fue un modelo de colaboración descentralizada que arrancó la era de las redes P2P (peer-to-peer) para intercambiar archivos.

Una incontable cantidad de clones surgieron después de Napster:  Kazaa, Audiogalaxy, Gnutella, eMule,… Mientras tanto otro joven programador aficionado a las matemáticas creó una forma aún más descentralizada (independiente y eficiente) de distribuir archivos en la red. Concibió una forma impetuosa, torrente, de copiar bits de forma colaborativa, una forma que llamó BitTorrent que hoy en día sigue dominado el tráfico de internet.

La industria del copyright lleva más de una década intentando detener la distribución de lo que llama “piratería”. Lo cierto es que consigue lo contrario. A nombre de los artistas y la propiedad intelectual, promueve prácticas de vigilancia y una policía del copyright en internet. En vez de adaptarse a los nuevos tiempos promoviendo la innovación de su modelo de negocio, quiere perpetuarlo, pero es antinatural. Javier de la Cueva explica muy bien este fenómeno:

Por su parte, las redes de intercambio de archivos son tan parte de internet como las arterias lo son del cuerpo humano. Son la mejor manera de distribuir información y solo desaparecerán cuando surjan otras más seguras y eficientes.

La industria del copyright pretende aglutinar el conocimiento mientras que las comunidades en internet lo distribuyen. La primera quiere cerrar la vías de acceso centralizándolas, mientras que las segundas siempre encuentran caminos nuevos. Por su parte la música, el cine y las diferentes manifestaciones de la cultura siguen vivas, re-haciéndose o re-mezclándose en canales sociales, desde los más populares como YouTube, hasta los más subterráneos como 4chan. En paralelo, empresas como Spotify o Apple aprovechan las circunstancias para generar modelos de negocio adecuados (es discutible si son justos) a las nuevas dinámicas sociales surgidas de la red: acceso a la cultura todo el tiempo, y en todo lugar.

La cultura debe ser cultura libre. Lo que no excluye la idea de negocio, solo se trata de distribuir mejor lo que, de hecho, fue creado con la cultura de todos.

La vigilancia masiva

La industria del copyright inventó, en aras de proteger sus bienes culturales, formas legales de vigilancia. En Francia fue la ley Hadopi. En España la ley Sinde. En EE.UU. han sido las propuestas de SOPA, CISPA, ACTA,… entre otras armas legales vienen en camino que suponen, entre otras cosas, la creación de una policía de la propiedad intelectual, y, de fondo, un estado de vigilancia desde la red.

La vigilancia masiva no es un asunto nuevo en telecomunicaciones. Los antecedentes están bien documentados. Lo nuevo son las herramientas de vigilancia que arremeten con nueva fuerza contra todos los ciudadanos del mundo. Por mencionar algo, las nuevas tecnologías de vigilancia están implícitas en prácticamente todas las redes sociales.

Facebook, por ejemplo, solicita, almacena y procesa información personal de más de mil millones de personas. Con esa información aprovecha nuevas técnicas de predicción basadas en inteligencia artificial para propósitos publicitarios.

Ni qué decir de Google. Sus algoritmos de aprendizaje automático  avanzan incesantes recogiendo todo lo que encuentran a su paso. Aprenden nuestros comportamientos de navegación. Saben cómo buscamos, lo que buscamos, y hasta predicen lo que vamos a buscar. A cambio generan un entorno de vigilancia implícita o de rastreo digital que también tiene fines publicitarios.

Es muy difícil no dejar rastros en la web. Tienen que ser utilizadas otras redes para ser invisibles a la vigilancia de las empresas publicitarias y de los gobiernos que quieren echar un vistazo a nuestro anonimato y privacidad. Los partidarios de la libertad de la red sugieren navegar a través redes cifradas como TOR; usar monedas digitales anónimas, más allá de los bancos, como Bitcoin; comunicarse con software especial como Cryptocat u OTR. A esto le llaman deep web o web profunda. Hoy es cosa de personas con conocimientos técnicos especializados, como otrora era exigido para quienes querían modificar imágenes, remezclar música o vídeo, o navegar por la web sin publicidad. Hoy esto es cosa de techies, y no tardará mucho en ser cosa de todos.

La vigilancia masiva es un cáncer que deshace internet. Coloca en el centro el poder de un estado o una empresa, como si de una novela distópica se tratase.

 

La centralización excesiva de servicios

Si internet es una red descentralizada, aquello que centralice de forma excesiva sus servicios deshace internet.

Google comenzó como un buscador web muy eficiente y, poco a poco, avanza hacia el control mayoritario de la red.  Ahora es la máquina más sofisticada de anuncios publicitarios, que logra su cometido agregando más y más servicios: correos electrónicos, documentos, automóviles, teléfonos móviles, robótica, vídeos. Google avanza a lo largo y ancho de la red. En sus filas están las mentes más letradas de todas las ciencias de la computación y el marketing, y cada día perfeccionan la maquinaria que vigila y aglutina grandes porciones de la red. El resultado es una burbuja de la realidad que su algoritmos crean para nosotros en cada búsqueda que hacemos, con cada página que visitamos.

Facebook por su parte es una extensa muralla azul dentro de internet. Todo lo que existe en su interior (incluso las fotos de las últimas vacaciones que compartimos con los amigos) pertenece a un club privado (aunque expuesto a lo público), todo para propósitos publicitarios. Facebook crece desmedidamente tejiendo una red no-libre y una sola visión del mundo.

Por diseño, internet permite la transmisión de información de manera equitativa, sin preferencias, donde una persona tiene el mismo derecho de paso que una empresa gigante. Este es el principio de neutralidad. Hacer lo contrario es deshacer internet. Cuando el principio de neutralidad se rompe, los usuarios de internet ven limitadas sus opciones. Esto es como pagar por energía eléctrica y, sin embargo, tener limitaciones en el tipo de dispositivos que conectamos a ella.

La centralización de servicios en la red, daña internet. Como la fuerza magnética de un planeta de grandes proporciones, una empresa de internet es capaz de atraer a cada vez más usuarios. Por eso es necesario tener espacio para los más pequeños, que existan condiciones equitativas para el surgimiento de otros servicios, donde todas las voces estén disponibles, para que las alternativas y la innovación prevalezcan.

Re-hacer internet

Hace unos meses intenté hablar con mis alumnos sobre vigilancia masiva y aglutinación del conocimiento en Internet. Recuerdo que les hablé emocionado de cultura libre, de compartir el conocimiento y de cómo esto multiplica las posibilidades de hacer otra sociedad desde el internet. No fue fácil ganar su simpatía. Comprendí que lo que para mí es evidente, para ellos fue irrelevante e impráctico. Felizmente para mí, su postura comenzó a cambiar cuando comencé a hablarles de las personas que hacen cultura libre.

Les repetía a mis alumnos frases parecidas a “la apropiación del conocimiento se combate  compartiéndolo”, con Wikipedia como mi ejemplo favorito porque “sus artículos son editados de forma colaborativa por comunidades de todo el planeta.” Incluso les mostré el sorpresivo estudio de fiabilidad de la Enciclopedia Británica versus Wikipedia… Aunque lo que verdaderamente atrapó su atención fue la comunidad de wikipedistas; de cómo agrupa tantas personas interesantes y diversas, historiadores, ingenieros, abogados y más trabajando para el mismo fin; de su magnífico esfuerzo voluntario y cómo la pasan tan bien, muchas veces donando su tiempo libre. Encontré que el ejemplo de los wikipedistas sirvió para hacerles tangible y, sobre todo, real la cultura libre. El trabajo de los wikipedistas les resultó inspirador y la frase “Wikipedia es una enciclopedia viva” recuperó su sentido.

Creo que como profesores en ocasiones olvidamos lo emocionante que es aprender y que fallamos al transmitirlo a nuestros alumnos. Internet representa una oportunidad para recuperar esas emociones y transformarlas en nuevas experiencias de aprendizaje. Ejemplos sobran en personajes como

  • los hackers que organizan hackmeetings, ansiosos de contar lo nuevo que acaban de descubrir;
  • o en las y los wikipedistas que aman con locura encontrar fuentes de información confiables para compartirlas en artículos de Wikipedia;
  • o en las cientos de personas reunidas en esas fiestas —los hackathons— para programar aplicaciones sin preguntarse mucho qué seguirá después, porque lo que les mueve es estar allí con los amigos nuevos.

En buena medida, Internet está en deuda con esas pasiones compartidas.

No tiene mucho sentido hablar de los factores que deshacen Internet sin enseñar a apreciar el valor de la red. Ciertamente podemos —y tenemos que— debatir sobre enseñar en las escuelas de educación básica nociones sólidas de educación cívica para internet, hablo de cursos que formen alumnos que valoren derechos humanos como el anonimato y la privacidad, cursos para que reflexionen dos veces antes de entregar sus datos personales. Pero comencemos por enseñar que el valor de internet está en las personas que participan allí, solo entonces defender las variedad de opciones y oportunidades que nos ofrece internet será natural, como natural es defender lo que es de todos.

Alan Lazalde
@alanlzd

Hacer cuerpo

“Nadie sabe lo que puede un cuerpo

Fuente de la imagen: Wikimedia Commons

La mayor parte de las veces no sabemos que tenemos cuerpo hasta que lo sentimos, hasta que nos grita que no puede más, hasta que nos avisa de que como sigamos así se nos romperá, o hasta que se nos salta el corazón del pecho cuando recibimos una buena noticia o cuando vemos algo o a alguien que deseamos con pasión desenfrenada, hasta que no nos señalan con el dedo y nos discriminan por nuestro color de piel, nuestra morfología corporal, nuestra sexualidad o nuestra vestimenta o hasta que no nos damos cuenta de que la ciudad no ha sido hecha para los que son diversos, topando contra el bordillo de una acera que parece un acantilado. Para mucha gente el cuerpo es eso transparente que somos casi sin saberlo, eso que hacemos casi sin notarlo. Nos pasamos el día hablando de cosas que lo suponen, lo teorizan, lo tematizan, lo plantean, lo describen siempre de formas peculiares y, comúnmente, bastante enrevesadas: baste pasar por un bar un domingo por la tarde para que veamos cómo un simple giro de rodilla, una carrera mal pegada o un mal gesto en un campo de fútbol se convierte a ojos de muchas personas en algo sobre lo que dirimir incansablemente durante los días venideros. Pero el mismo oleaje de repercusiones puede desencadenar un do de pecho en un auditorio o una sutil caricia y una mirada entre las sábanas.

A pesar de esta inversión en maneras de contarnos, hay muchas veces que lo consideramos, lo notamos o lo sentimos, pero no encontramos palabras o maneras de hablar de “ello”. Y es en esas situaciones que podemos reivindicar, aún sacándola de contexto, esa conocida frase del filósofo sefardí Baruch de Spinoza que, como un rayo contundente del pensamiento; que como un haiku, describe, ilustra y abre a la intuición de lo que tantas veces nos ocurre, pero de forma sucinta, contundente y cotidiana: “Nadie sabe lo que puede un cuerpo”. Porque la mayor parte de veces no sabemos a ciencia cierta lo que es, o lo que puede llegar a ser “eso” que somos, en soledad o en colectivo, sin saber serlo hasta que prácticamente desempaquetamos hasta dónde puede llegar, con qué se puede conectar y cómo puede crecer o menguar en su capacidad de acción.

Hay diferentes formas de “hacer cuerpo”

Fuente de la imagen: Wikimedia Commons

El caso es que “el cuerpo” ha venido siendo uno de los grandes asuntos del pensamiento para no pocas tradiciones y culturas. Nuestras contemporáneas instituciones educativas e investigadoras están ancladas culturalmente en una particular herencia semítica que, aun en su versión moderna, nos ha venido obsesionando acerca de los dimes y diretes de la homología o la unicidad de cuerpo y alma. Y ese fenómeno que, aquí y ahora llamamos cuerpo, se nos aparece casi siempre en singular; eso que permite describir y mostrar lo que somos en tanto que seres únicos e individuales: el chasis o el basamento de lo que somos como personas. Disciplinas como la filosofía desde el siglo XVI o más recientemente desde el siglo XIX la biología o la psicología no han cejado de intentar analizarlo, diseccionarlo, estudiarlo, delimitarlo y medirlo de cien maneras, ponerlo en palabras e imágenes (como esas fabulosas láminas y transparencias de anatomía superpuestas que nos sugieren  su compleja composición, digna de un orfebre); e incluso convertirlo en un asunto de interés público, como en los estallidos de una pandemia, o el desarrollo histórico de las prácticas de higiene…

Pero la contundente frase de Spinoza resuena y percute una y otra vez volviendo sobre nosotros, como la marea sobre la playa, desfigurando esa imagen individual y nítida. Y el caso es que, aunque se han construido edificios increíbles de conocimiento sobre lo que se dice son nuestros organismos –la composición irisada de nuestra piel, los tejidos de nuestros órganos, el funcionamiento de la percepción o la circuitería bioelétrica de lo que llamamos sistema nervioso–; y aunque dediquemos innumerables horas a aprender a moverlo con la gracia y salero de una bailaora o con la precisión fina de un carpintero, cuando menos nos lo esperamos “eso” nos sale por peteneras, se nos aparece siempre mezclado y otras fragmentario y distribuido; y nos muestra algo que antes no habíamos notado o visto y se nos abre por un sitio que no hay quien lo entienda, objetive o ponga en palabras, al menos de primeras.

En estas situaciones esa experiencia con aristas y bordes pronunciados se nos aparece como lo que necesitamos paladear o discernir, invirtiendo dinero y esfuerzos considerables para encontrar el instrumental, los dispositivos de registro, con el objeto de entender e intervenir eso que nos pasa, en otras palabras, para “hacer cuerpos”: para conjugar eso que se aparece y que se manifiesta en no pocas ocasiones con una pluralidad que no acaba de poder componer una imagen unitaria, sistémica y bien ordenada de lo que somos y podremos ser. Porque, a pesar de lo que creamos, la tozudez extraña de eso que somos no se nos revela a primera vista y requiere de nosotras nuestra mejor inventiva para crear buenas preguntas que nos permitan mostrar la pluralidad y las muy diferentes maneras de hacer cuerpo, para hacerlas relevantes.

Aprender a afectarnos

Fuente de la imagen: Wikimedia Commons

Sin embargo, una de las principales cuestiones a plantear para poder comenzar a hacerse buenas preguntas es quién tiene la competencia del  “hacer cuerpo”. No en vano  el cuerpo ha venido siendo desde hace algunos siglos uno de los principales lugares donde se ejerce el control social y en torno al cual se han venido erigiendo innumerables saberes monopolio de expertos que quieren “decir verdad” sobre lo que nos pasa, que dicen saber lo que nos pasa. Un cuerpo que “tenemos”, pero que en realidad “es tenido” por otros. Un cuerpo que quizá tengamos que redistribuir, lo que es tanto como aceptar que tendremos que pensar entre todos, en común, lo que nos pasa.

Tener el cuerpo, recuperarlo, sin embargo, requiere de nosotras un pequeño esfuerzo, porque en el fondo significa “[…] aprender a afectarse, esto es a ‘efectuarse’, a ser movido, puesto en movimiento por otras entidades, humanas o no humanas”. Y para ello necesitamos aprender, hacernos sensibles a nuestra propia experiencia, a eso que somos y a toda la gran cantidad de cosas que, en realidad, ya sabemos; a lo que nos da la vida y, sobre todo, a lo que nos mata. Por eso, necesitamos encontrar maneras de reunirnos en torno a nuestra experiencia para explicar en palabras, para crear cacharros y buscar diferentes andamiajes articulatorios que nos permitan discutir y compartir nuestras experiencias, nuestras dolencias y gozos.

Hay ocasiones en que esto se nos hace muy fácil, porque la experiencia compartida, aunque difícil siempre de articular, se nos revela de forma brutal y preclara. El increíble historial de tecnologías y saberes bélicos, así como la violencia y masacres que han permitido a lo largo del siglo XX han sido, paradójicamente, uno de los mayores vectores de explicitación de los límites y nuevos escenarios para hacer cuerpo. Pensemos, por ejemplo, en el uso de gas en la Primera Guerra Mundial donde se experimentó a placer con innumerables compuestos químicos para aniquilar masivamente, donde los diferentes bandos en contienda intentaron controlar o diseñar las nubes de aire mortal, no sin muchas veces acabar muriendo víctima del propio “terror desde el aire” ante un cambio de viento, aprendiendo de forma macabra a entender sus efectos en las propias carnes.

Pero en la mayor parte de otras situaciones necesitaremos encontrar la manera. Y requerirá de nosotros un esfuerzo para intentar, como nos proponen ZEMOS98, “representar las realidades no comúnmente representadas en los medios”, con el objetivo de que más allá de una brecha entre saberes expertos y profanos, podamos explorar los contornos de una educación expandida sobre lo que es nuestro cuerpo, sobre lo que nos pasa. En contextos como el que nos explican en este vídeo buscaban “representar visualmente el trabajo en grupo y su inteligencia colectiva”, generando talleres y montando pequeños experimentos para “escuchar iniciativas de otros lugares y poder conectarlo con lo que está pasando en tu vida”. Experimentos, situaciones, cacharros y formas de sentarse a compartir la experiencia del tipo de las que aquí nos relatan (sobre cómo mostrar a los migrantes; juegos con diseños metodológicos para construir representaciones en común, como el montaje de la portada de un periódico ficticio de economía feminista) son cruciales para hacer accesibles y apropiables por parte del común los procesos de conocimiento del “hacer cuerpo”.

“[…] Es a partir de la construcción de una comunidad de experiencia que cada cosa que experimentamos puede convertirse en mundo común”. En esta línea, pensar en el “hacer cuerpo” pudiera abrir una línea de indagación modesta sobre los cuerpos y los saberes comunes de diferentes colectivos y grupos –despectivamente denominados legos, bastardos o desclasados–; experiencias enormemente inspiradoras que nos ayudarían a hacernos buenas preguntas sobre el hacer cuerpo para así poder recuperar y redistribuir la competencia del aprender a afectamos. En ello nos van muchas cosas. La primera y más importante quizá sea la posibilidad de extender la democracia a territorios encarnados dominados por el saber experto y tecnocrático

Tomás Sánchez Criado
@oleajeinfinito

Hacer Internet

Era 1998 y, cada vez que alguien mencionaba la palabra «internet», ésta solo me significaba misterio y curiosidad. Aún lo es. Todavía recuerdo la sensación de abrir Internet Explorer para escribir, letra por letra, casi como un mantra, «hache te te pe, dos puntos, diagonal diagonal, triple doble ve, algún sitio punto com».

Yo no nací con internet en la manos, fue un profesor quien me guió para entrar por primera vez a la red. Me entregó los mismos instrumentos de navegación que hoy sigo utilizando, una computadora y un navegador web. Sin brújula ni mapa, tuve lo necesario. Tuve libertad y curiosidad. Sus primeras lecciones fueron sencillas, me impulsaron para emprender este viaje que sigue sin acabar. Al menos en mi caso, el guía cumplió su misión.

De esa manera, internet pasó de ser un misterio absoluto a convertirse en la mejor herramienta que he conocido para el auto-aprendizaje y la comunicación. Estas dos características, estoy convencido, son el combustible y el motor para «hacer internet».

Ahora vayamos medio siglo atrás.

Licklider, visionario

La historia de Internet es la historia de muchas redes, redes de dispositivos con sus cables y señales inalámbricas, redes de personas con sus móviles y laptops. Los héroes de esta historia son excepcionales, como el atípico J.C.R. Licklider, psicólogo pionero de Arpanet (el primer internet), quien escribió de manera profética en 1960, antes de las computadoras personales, antes de cualquier idea acerca de internet, las siguientes palabras:

«estamos entrando a una era tecnológica en la que seremos capaces de interactuar con la riqueza de la información viva, no de la forma pasiva en la que estamos acostumbrados a usar los libros y las bibliotecas, sino como participantes activos de un proceso en curso a través de nuestra interacción con la información, y no simplemente por nuestra conexión con ella» — Man–Computer Symbiosis

Licklider habla de la interacción activa con la información, que no es otra cosa que el aprendizaje auto dirigido, un proceso colateral de conocer internet. El psicólogo norteamericano fue más lejos todavía en el mismo texto:

«Parece razonable prever, de aquí a 10 o 15 años, un «centro de pensamiento» que consolidará las funciones de las bibliotecas de hoy en día… Esto sugiere una red de tales centros, comunicados unos con otros…»

nodos

Fotografía de OnodoMex

La unidad persona-ordenador es un «centro de pensamiento» que encuentra su verdadero potencial en la comunicación, porque la comunicación, con sus lenguajes y símbolos, es lo que creamos para conectarnos con los demás.

Tanto en el internet primigenio, como en el de la actualidad, los pensamientos viajan de persona a persona, distribuidos en pequeñas piezas de información que atraviesan miles de máquinas de hardware y software, desde antenas Wi-Fi hasta navegadores web o redes sociales, en un proceso incesante de ida y vuelta. En este sentido, podemos decir que los «centros de pensamiento» interconectados son internet. Pero creo que es mejor decir que El Internet son las personas, y no las máquinas, en otra forma de hacer sociedad.

Auto-aprender, copiar

Aprender es una actividad individual que requiere una guía. Pero para la persona autodidacta la guía es uno mismo y su primerísima forma de aprender es copiar. Y en este proceso tan simple de copiar-aprender es donde el autodidacta comienza a hacer internet.

«Internet es una máquina de copiar», escribió Kevin Kelly alguna vez. Estoy de acuerdo. Copiamos las páginas web a nuestro ordenador cada vez que las visitamos. Copiamos bits en cada retuit en Twitter, en cada compartir en Facebook,… Copiamos para compartir, sí, pero sobre todo copiamos para aprender.

Internet, casi por definición, nos conduce todo el tiempo a aprender por nuestra cuenta. Desde el acto del descargar una aplicación, hasta en el de usar esa nueva red social, nos encontramos solos frente a la máquina, solos desciframos toda clase de signos, solos aprendemos para aprender más. Aprender por cuenta propia para luego comunicar.

Comunicar, conectar

Comunicar, en esencia, es sobre conectar con los demás. Conectamos ideas, pensamientos, sentimientos, y tal vez mucho más. Vamos, que comunicar es una causa y su efecto es la comunidad.

Por su parte, internet eleva en alcance y las posibilidades de comunicación entre las personas. Es una plataforma tecnológica donde lo natural es compartir, colaborar, innovar, reinventar… Donde lo natural es aprender y su efecto también es la comunidad.

El auto-aprendizaje ha alcanzado niveles de esplendor gracias a la comunicación en internet. Aquí es donde los hackers pueden contarnos historias heroicas al respecto.

Hackear, educar

La ética hacker es una metodología muy efectiva de aprendizaje en comunidad, fue incubada en el internet de los años 70 y está presente, a veces invisible pero perfeccionada, en las tecnologías que dominan nuestra vida. Por ejemplo, el Silicon Valley del que emergieron Google, Facebook y Twitter sería impensable sin esa ética o cultura hacker. Y Wikipedia, la enciclopedia más extensa jamás creada por la humanidad, también se debe a esa cultura de compartir el conocimiento.

El hacker verdadero (nunca ese ser «malvado» y sobrenatural que aparece en las películas) está guiado por esa ética: abrir, compartir, descentralizar, y mejorar el conocimiento. Los resultados positivos son evidentes y están bien documentados en libros como el de Pekka Himanen, “La ética del hacker y el espíritu de la era de la información”.

Guifi-Net es una red abierta, libre y neutral, una red construida por ciudadanos. Quizá es como internet debió ser desde el principio, pero de esto hablaremos después.

Creo que procurar la formación de personas autodidactas que comuniquen su conocimiento, es decir, la formación de personas basada en ética hacker, es clave para hacer un mejor internet y, en consecuencia, para hacer una mejor sociedad. Por eso necesitamos más profesores, más escuelas, más sistemas educativos, más gobiernos, que enseñen a hacer mejor internet.

Internet, hoy

Internet evoluciona como si fuese un ser vivo del que formamos parte. Pasó de ser una tecnología solo apta para expertos a un bien de la vida diaria tan natural como el gas y la electricidad. Es un bien común, y aún más que eso porque se ha convertido en el recurso definitivo para la creatividad.

La evolución de internet está guiada por nosotros. Ayer era un sistema de comunicación entre científicos, hoy un tejido social complejo como un fractal. Hoy podemos crear, casi sin conocimientos técnicos, toda clase de páginas web, tiendas en línea en cuestión de minutos, sistemas completos de fondeo colectivo (crowdfunding), incluso arrancar nuestras propias redes sociales. Y seremos capaces de hacer más.

Jorge Luis Borges escribió en uno de sus cuentos más leídos: «Yo afirmo que la Biblioteca de Babel es interminable.» Internet es esa biblioteca, una donde además de leer, podemos escribir. Por ejemplo, muy pronto seremos capaces de crear sistemas de inteligencia artificial como si jugáramos con bloques de Lego y los conectaremos con cualquier cosa imaginable a la Internet de la Cosas, la internet total. Esto para empezar; el resto es impredecible.

El Foro de Cultura Libre es un espacio para reflexionar temas relacionados con la cultura libre y el acceso al conocimiento. Allí se hace internet desde y para la cultura.

Hacer internet supone un reto educativo de proporciones considerables para alumnos, profesores, padres de familia, gobiernos e instituciones. Aprender y crear incesantemente desde la red, en red, y para la red, replantea profundamente la mayoría de nuestras actividades, replantea la cultura entera y esto es realmente emocionante.

Hagamos más —y mejor— internet.

Alan Lazalde
@alanlzd

Web de LADA: archivo abierto y espacio de intercambio

En abril presentábamos la página web de “La Aventura de Aprender”, un espacio que actúa como ventana del proyecto en la red. En este post explicaremos cómo se organiza el archivo, bajo qué licencia de uso están los contenidos, y en definitiva, qué funciones cumple ésta dentro del marco de “La Aventura de Aprender”, proyecto que gira en torno a los aprendizajes con el fin de descubrir qué prácticas, atmósferas, espacios y agentes hacen funcionar las comunidades.

ARCHIVO ABIERTO

Todos los contenidos de “La Aventura de Aprender”, una vez son emitidos en el programa “La Aventura del Saber” – La 2 de RTVE – , se publican en la página web. De esta forma, se recuperan, por un lado, todas las experiencias de aprendizaje ciudadano filmadas en el marco del proyecto, y por otro, se acompañan con información y materiales que ayudan a su contextualización.

Un archivo que en estos momentos cuenta en su haber con más de ciento cincuenta vídeos (si sumamos los reportajes y las entrevistas) y que crece cada semana, necesita de un criterio que permita categorizarlo de forma intuitiva y relacional. En el caso que nos ocupa, el criterio elegido para facilitar su búsqueda e indexación y favorecer la creación de relatos en torno a los contenidos, es su categorización en Entornos y Acciones.

Los cuatro Entornos, que actúan como categorías más genéricas, se inspiran en el texto «Los cuatro entornos del procomún» de Antonio Lafuente. Entendiendo las experiencias de aprendizaje mapeadas como experiencias que buscan y habilitan espacios comunes, la definición de los cuatro entornos (urbano, natural, corporal y digital) nos ayuda a visibilizar cómo, desde la pluralidad, estas comunidades contribuyen al sostenimiento de bienes comunes.

Entornos_LADA

  • Urbano: El entorno urbano es el espacio que hacemos entre todos para que la vida fluya y sea vivible. En él coexisten flujos de personas, infraestructuras o palabras que recorren las redes que sostienen la vida en común.
  • Natural: El entorno natural funciona como un afuera de la vida en común. Lo forma la cultura del agua, la vivencia del aire, el uso del bosque, el nexo con los animales, los océanos; como también el genoma o el clima.
  • Corporal: El entorno corporal parte de la experiencia de que el cuerpo no es sólo identificable en términos de individualidad, sino con todas sus posibilidades expansivas a partir del ensamblaje con otros cuerpos.
  • Digital: El entorno digital es un enjambre habitable y convergente de herramientas donde todos y todo se abre a sus posibles, nada es definitivo y cualquiera se puede hacer visible. Un espacio en el que se crean sin cese dispositivos y canales para que la información, las relaciones y el conocimiento fluyan.

Si bien los Entornos ejercen como categorías más globales, las Acciones (investigación, intervención, aprendizajes y cuidados) tratan de describir aspectos más concretos relativos a cuáles son los procesos que definen mejor las actividades y modos de hacer de cada una de las experiencias.

Acciones_LADA

  • Investigación: Procesos orientados a la producción de conocimiento nuevo, tentativo y público.
  • Intervención: Procesos orientados a la transformación del entorno y a la visualización de sus asimetrías.
  • Aprendizajes Procesos orientados a la adquisición situada de procedimientos de acción y comprensión.
  • Cuidados: Procesos orientados a la promoción de la parte afectiva, práctica y próxima de nuestras relaciones.

Cada experiencia de aprendizaje está categorizada dentro de un Entorno y una Acción.  Los vídeos de los reportajes y las entrevistas se incluyen dentro de lo que denominamos ficha de experiencia. En esta ficha, además de mostrarse el Entorno y Acción en el que está categorizada la experiencia, se acompaña de una descripción, los datos de contacto, enlace a su web y perfiles sociales, las etiquetas que permiten su búsqueda semántica, materiales relacionados y aquellas experiencias con las que tiene algún tipo de vinculación. Así, el usuario interesado en una de las comunidades obtiene una idea más global que le permite situarla.

LUGAR DE ENCUENTRO E INTERCAMBIO

La página web de “La Aventura de Aprender”, además de un archivo, aspira a ser un lugar de encuentro e intercambio. Por ello, una vez disponibles los contenidos en la red, el siguiente paso es que sean los usuarios quienes se apropien de los materiales por la vía del comentario, el añadido y la remezcla.

Los Laboratorios de “La Aventura de Aprender”, que se presentarán en las próximas semanas, parten de este cometido y  anhelan convertirse en el pretexto para iniciar laboratorios acerca de lo que (nos) pasa. En torno a estos laboratorios se activarán dispositivos de diálogo y negociación que convertirán a los profesores en mentores, a los estudiantes en investigadores y a los ciudadanos en lanzadores de ideas y proyectos.  Las nuevas comunidades que surjan inspiradas en los contenidos de “La Aventura de Aprender” se configurarán en plataformas para todos y entre todos, en las que repensar y estimular colectivamente diversas formas de hacer urbe, patrimonio, cuerpo y/o internet.

LICENCIA DE CONTENIDOS

Los audiovisuales presentes en la web de «La Aventura de Aprender», después de su emisión, están a disposición de los usuarios para su uso, descarga, edición y publicación posterior, por docentes y estudiantes de centros públicos, concertados y privados así como en el ámbito universitario, como un recurso más en el marco de la creación de materiales educativos para la enseñanza, el aprendizaje, el desarrollo y la investigación.

Rocío Lara
@comunicarte