Deshacer internet

La descentralización es una característica fundamental de internet que asegura su operación satisfactoria mientras crece, incluso mientras fallan algunas de sus partes. Uno de los pioneros de internet, Paul Baran, estimó que una red con arquitectura descentralizada tiene una probabilidad alta de persistir a pesar de la desaparición de uno o más de sus elementos. Al retirar uno o más de los nodos de la red, aún es posible comunicar entre sí a la mayoría de sus participantes. En una arquitectura centralizada, basta con retirar el elemento principal, al que la mayoría está conectada, para que toda la red deje de funcionar.

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“Deshacer internet” consiste justamente en ir en contra de esa característica, consiste en centralizar, en aglutinar conocimiento sin compartir, en cortar vínculos con el resto de internet, por ejemplo:

  1. La aglutinación del conocimiento liderada por la industria del copyright (la del cine, la música, y los libros, etc).
  2. El monitoreo excesivo por parte de empresas y gobiernos que desemboca en vigilancia masiva a ciudadanos y ciudadanas de la red.
  3. La centralización de servicios que, a la larga, sesgan la manera en la que accedemos a la información, como la realizada principalmente por los gigantes de las redes sociales y motores de búsqueda.

 Vamos a revisar con detalle cada una de esas prácticas.

La aglutinación del conocimiento

En 1998 un joven estudiante norteamericano inició una revolución digital sin saberlo. Shawn Fanning escribió en el dormitorio de su universidad un programa para compartir archivos de música con sus amigos, Napster. Este programa se popularizó gracias a su forma peculiar de democratizar el acceso a la música mediante una red descentralizada y colaborativa.

En poco tiempo, Napster se convirtió en una enorme red de intercambio de archivos. Una red dentro de internet con cientos de miles de participantes. Y por sí sola sirvió para motivar a millones de personas a entrar a esa nueva red: ya no solo era una red para leer páginas web, era una red para colaborar. Esto cambió profundamente el destino de internet.

Eventualmente Napster murió en los juzgados. La industria del copyright comenzó a presionar desde distintos frentes para tapar esa “fuga” de información. Quería detener la copia y distribución de música fuera de los canales oficiales basados en formatos físicos como el CD. Si bien Napster desapareció, su ejemplo prevaleció, su mayor aportación fue un modelo de colaboración descentralizada que arrancó la era de las redes P2P (peer-to-peer) para intercambiar archivos.

Una incontable cantidad de clones surgieron después de Napster:  Kazaa, Audiogalaxy, Gnutella, eMule,… Mientras tanto otro joven programador aficionado a las matemáticas creó una forma aún más descentralizada (independiente y eficiente) de distribuir archivos en la red. Concibió una forma impetuosa, torrente, de copiar bits de forma colaborativa, una forma que llamó BitTorrent que hoy en día sigue dominado el tráfico de internet.

La industria del copyright lleva más de una década intentando detener la distribución de lo que llama “piratería”. Lo cierto es que consigue lo contrario. A nombre de los artistas y la propiedad intelectual, promueve prácticas de vigilancia y una policía del copyright en internet. En vez de adaptarse a los nuevos tiempos promoviendo la innovación de su modelo de negocio, quiere perpetuarlo, pero es antinatural. Javier de la Cueva explica muy bien este fenómeno:

Por su parte, las redes de intercambio de archivos son tan parte de internet como las arterias lo son del cuerpo humano. Son la mejor manera de distribuir información y solo desaparecerán cuando surjan otras más seguras y eficientes.

La industria del copyright pretende aglutinar el conocimiento mientras que las comunidades en internet lo distribuyen. La primera quiere cerrar la vías de acceso centralizándolas, mientras que las segundas siempre encuentran caminos nuevos. Por su parte la música, el cine y las diferentes manifestaciones de la cultura siguen vivas, re-haciéndose o re-mezclándose en canales sociales, desde los más populares como YouTube, hasta los más subterráneos como 4chan. En paralelo, empresas como Spotify o Apple aprovechan las circunstancias para generar modelos de negocio adecuados (es discutible si son justos) a las nuevas dinámicas sociales surgidas de la red: acceso a la cultura todo el tiempo, y en todo lugar.

La cultura debe ser cultura libre. Lo que no excluye la idea de negocio, solo se trata de distribuir mejor lo que, de hecho, fue creado con la cultura de todos.

La vigilancia masiva

La industria del copyright inventó, en aras de proteger sus bienes culturales, formas legales de vigilancia. En Francia fue la ley Hadopi. En España la ley Sinde. En EE.UU. han sido las propuestas de SOPA, CISPA, ACTA,… entre otras armas legales vienen en camino que suponen, entre otras cosas, la creación de una policía de la propiedad intelectual, y, de fondo, un estado de vigilancia desde la red.

La vigilancia masiva no es un asunto nuevo en telecomunicaciones. Los antecedentes están bien documentados. Lo nuevo son las herramientas de vigilancia que arremeten con nueva fuerza contra todos los ciudadanos del mundo. Por mencionar algo, las nuevas tecnologías de vigilancia están implícitas en prácticamente todas las redes sociales.

Facebook, por ejemplo, solicita, almacena y procesa información personal de más de mil millones de personas. Con esa información aprovecha nuevas técnicas de predicción basadas en inteligencia artificial para propósitos publicitarios.

Ni qué decir de Google. Sus algoritmos de aprendizaje automático  avanzan incesantes recogiendo todo lo que encuentran a su paso. Aprenden nuestros comportamientos de navegación. Saben cómo buscamos, lo que buscamos, y hasta predicen lo que vamos a buscar. A cambio generan un entorno de vigilancia implícita o de rastreo digital que también tiene fines publicitarios.

Es muy difícil no dejar rastros en la web. Tienen que ser utilizadas otras redes para ser invisibles a la vigilancia de las empresas publicitarias y de los gobiernos que quieren echar un vistazo a nuestro anonimato y privacidad. Los partidarios de la libertad de la red sugieren navegar a través redes cifradas como TOR; usar monedas digitales anónimas, más allá de los bancos, como Bitcoin; comunicarse con software especial como Cryptocat u OTR. A esto le llaman deep web o web profunda. Hoy es cosa de personas con conocimientos técnicos especializados, como otrora era exigido para quienes querían modificar imágenes, remezclar música o vídeo, o navegar por la web sin publicidad. Hoy esto es cosa de techies, y no tardará mucho en ser cosa de todos.

La vigilancia masiva es un cáncer que deshace internet. Coloca en el centro el poder de un estado o una empresa, como si de una novela distópica se tratase.

 

La centralización excesiva de servicios

Si internet es una red descentralizada, aquello que centralice de forma excesiva sus servicios deshace internet.

Google comenzó como un buscador web muy eficiente y, poco a poco, avanza hacia el control mayoritario de la red.  Ahora es la máquina más sofisticada de anuncios publicitarios, que logra su cometido agregando más y más servicios: correos electrónicos, documentos, automóviles, teléfonos móviles, robótica, vídeos. Google avanza a lo largo y ancho de la red. En sus filas están las mentes más letradas de todas las ciencias de la computación y el marketing, y cada día perfeccionan la maquinaria que vigila y aglutina grandes porciones de la red. El resultado es una burbuja de la realidad que su algoritmos crean para nosotros en cada búsqueda que hacemos, con cada página que visitamos.

Facebook por su parte es una extensa muralla azul dentro de internet. Todo lo que existe en su interior (incluso las fotos de las últimas vacaciones que compartimos con los amigos) pertenece a un club privado (aunque expuesto a lo público), todo para propósitos publicitarios. Facebook crece desmedidamente tejiendo una red no-libre y una sola visión del mundo.

Por diseño, internet permite la transmisión de información de manera equitativa, sin preferencias, donde una persona tiene el mismo derecho de paso que una empresa gigante. Este es el principio de neutralidad. Hacer lo contrario es deshacer internet. Cuando el principio de neutralidad se rompe, los usuarios de internet ven limitadas sus opciones. Esto es como pagar por energía eléctrica y, sin embargo, tener limitaciones en el tipo de dispositivos que conectamos a ella.

La centralización de servicios en la red, daña internet. Como la fuerza magnética de un planeta de grandes proporciones, una empresa de internet es capaz de atraer a cada vez más usuarios. Por eso es necesario tener espacio para los más pequeños, que existan condiciones equitativas para el surgimiento de otros servicios, donde todas las voces estén disponibles, para que las alternativas y la innovación prevalezcan.

Re-hacer internet

Hace unos meses intenté hablar con mis alumnos sobre vigilancia masiva y aglutinación del conocimiento en Internet. Recuerdo que les hablé emocionado de cultura libre, de compartir el conocimiento y de cómo esto multiplica las posibilidades de hacer otra sociedad desde el internet. No fue fácil ganar su simpatía. Comprendí que lo que para mí es evidente, para ellos fue irrelevante e impráctico. Felizmente para mí, su postura comenzó a cambiar cuando comencé a hablarles de las personas que hacen cultura libre.

Les repetía a mis alumnos frases parecidas a “la apropiación del conocimiento se combate  compartiéndolo”, con Wikipedia como mi ejemplo favorito porque “sus artículos son editados de forma colaborativa por comunidades de todo el planeta.” Incluso les mostré el sorpresivo estudio de fiabilidad de la Enciclopedia Británica versus Wikipedia… Aunque lo que verdaderamente atrapó su atención fue la comunidad de wikipedistas; de cómo agrupa tantas personas interesantes y diversas, historiadores, ingenieros, abogados y más trabajando para el mismo fin; de su magnífico esfuerzo voluntario y cómo la pasan tan bien, muchas veces donando su tiempo libre. Encontré que el ejemplo de los wikipedistas sirvió para hacerles tangible y, sobre todo, real la cultura libre. El trabajo de los wikipedistas les resultó inspirador y la frase “Wikipedia es una enciclopedia viva” recuperó su sentido.

Creo que como profesores en ocasiones olvidamos lo emocionante que es aprender y que fallamos al transmitirlo a nuestros alumnos. Internet representa una oportunidad para recuperar esas emociones y transformarlas en nuevas experiencias de aprendizaje. Ejemplos sobran en personajes como

  • los hackers que organizan hackmeetings, ansiosos de contar lo nuevo que acaban de descubrir;
  • o en las y los wikipedistas que aman con locura encontrar fuentes de información confiables para compartirlas en artículos de Wikipedia;
  • o en las cientos de personas reunidas en esas fiestas —los hackathons— para programar aplicaciones sin preguntarse mucho qué seguirá después, porque lo que les mueve es estar allí con los amigos nuevos.

En buena medida, Internet está en deuda con esas pasiones compartidas.

No tiene mucho sentido hablar de los factores que deshacen Internet sin enseñar a apreciar el valor de la red. Ciertamente podemos —y tenemos que— debatir sobre enseñar en las escuelas de educación básica nociones sólidas de educación cívica para internet, hablo de cursos que formen alumnos que valoren derechos humanos como el anonimato y la privacidad, cursos para que reflexionen dos veces antes de entregar sus datos personales. Pero comencemos por enseñar que el valor de internet está en las personas que participan allí, solo entonces defender las variedad de opciones y oportunidades que nos ofrece internet será natural, como natural es defender lo que es de todos.

Alan Lazalde
@alanlzd

Aprender a afectarse: un enfoque procomún del trabajo social

Cada día son más los ciudadanos cuyos padecimientos no son medicalizables.  Una veces porque los males tienen un carácter multicausal e incierto (pacientes crónicos), otras porque son el efecto mismo de un diagnóstico controvertido (gentes con adicciones), a veces porque se trata de males huérfanos y, con frecuencia, porque son efectos de situaciones de dependencia, pobreza o  exclusión. No ser medicalizados implica que nuestros sistemas de salud tienden a inhibirse porque están diseñados bajo el paradigma de la curación. Tampoco es menor el impacto que tiene el alto coste que representan los pacientes crónicos para el sistema, pues por todas partes se ensayan protocolos orientados al autocuidado, tanto dentro como fuera de las instituciones.

La inexistencia de una expectativa de cura expulsa al ciudadano del sistema sanitario y lo integra en las redes de la beneficencia y protección social. La nueva relación con la administración está vertebrada alrededor del paradigma del socorro. Más que atender su cuerpo, los nuevos profesionales tienden a querer gobernar la conducta. Por supuesto, en la nueva situación se trabaja mucho la gestión de las culpas, la autoestima, las inseguridades y demás formas de fragilidad  y/o subordinanción. Nunca hay que desdeñar del todo que predominen entre los benevolentes actitudes más tutelares que cooperativas y menos horizontales que jerárquicas. Incluso en situaciones tan atípicas, dolorosas o extremas, puede mostrar su rostro más duro el gesto experto, siempre arrogante, casi nunca compasivo y, en general, paternalista.  Pero, en fin, todo sea por la causa, pues con frecuencia nos asomamos a escenarios de mucha desesperación.  Y así todo funciona en la seguridad de que si no hay cura, al menos habrá esperanza de una mejora en la calidad de vida.

Los parámetros que definen la nueva situación ya no son experimentales, no se miden con máquinas que arrojan una medida de la temperatura corporal, la presión sanguínea o cualquier otro desajuste funcional. No ignoramos la existencia de multitud de dispositivos orientados a contar (medir y también narrar) algunas afecciones respiratorias, adictivas o alérgicas cuya etiología es confusa y controvertida. Y no hablamos sólo de enfermedades, sino de las derivas que tratan de arquear el llamado quantified self. Por más que se expanda la cultura de la auditoría, siempre habrá nociones o configuraciones cuya complejidad será difícil reducir a variables cuantificables.

La calidad de vida, por ejemplo, no es un concepto experimental y global, sino experiencial y comunitario. Cualquiera que quiera comprender lo que (nos) pasa tiene que entender lo que decimos con nuestras propias palabras. No hay estándares de obligado cumplimiento, ni lingüísticos, ni técnicos.  Para conocer(nos) hay que escuchar(nos).  Ahí está la gracia porque al escucharnos reconocemos en el dolor ajeno el nuestro propio, y así admitir que las otras formas de contar el problema, sin dejar de ser singulares, pueden ser compartidas o, en otras palabras, no necesitan ser objetivas para ser validadas.

Si quienes escuchan reconocen su cuerpo en las palabras ajenas, entonces, la conciencia del cuerpo singular es una condición emergente entre quienes se afectan mutuamente.  ¿Y si tener un cuerpo consiste en aprender a afectarse? Cabe entonces la posibilidad de que la condición de afectado no sea el efecto de un diagnóstico, una catalogación, una etiqueta o una cifra.  Cabe la posibilidad, decimos, de que la afección sea fruto de un aprendizaje y no la consecuencia de una demostración.  Cabe la posibilidad, insisto, de que lo expertos no sean imprescindibles y de que su presencia sólo la podamos entender como mediación, como facilitación y como donación.

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Tenemos muchos ejemplos a favor de nuestro argumento. Desde Alcohólicos Anónimos y otras formas de adicción hasta las luchas de los enfermos mentales por sacudirse el estigma de un diagnóstico o de los afectados por el llamado síndrome de la Guerra del Golfo para transformar sus conjeturas en un dictamen. En todos los casos, la solución del problema ha partido de una puesta en común, una forma de  asambleamiento, de problemas, personas, dispositivos, conceptos y formas de organización. Estamos hablando de estructuras entre pares (concernidos), de organizaciones distribuidas (sin centro), de prácticas mutualistas (socializadoras) y de experiencias polifónicas (plurales).  En todos los casos nos referimos a colectivos que han tenido que configurarse como comunidades de aprendizaje que trabajan con el único material seguro a su disposición: lo experiencial.

Lo experiencial siempre es un material abundante.  Todo el mundo tiene mucha experiencia sobre los que le pasa y ninguna experiencia es más valiosa que las demás, salvo que esté contrastada en común.  Todos somos expertos en experiencia. Todos podemos aprender a ser expertos en experiencia. Pero la experiencia siempre fue catalogada de circunstancial, contingente, caprichosa, prejuiciada, inestable, personal y sesgada. La lista de calificativos con los que ha sido desechado su valor cognitivo es interminable.  De hecho saber algo, saberlo bien, era algo que se conseguía mediante gestos que deslocalizaban, descontextaliazaban y descorporeizaban los conocimientos. Desarraigar era imprescindible para objetivar y, en consecuencia, nada era más contrario a la tarea de producir conocimiento que permitir la presencia, siquiera entre líneas, de lo local, lo cultural o lo personal.  Pero lo que vale para tratar lo que pasa, casi nunca sirve para narrar lo que (nos) pasa.

Los expertos en experiencia son insustituibles porque hablan de lo que nadie conoce mejor que ellos. Mas aún, si ya han sido de una u otra forma desahuciados por las instituciones, cualquier mejora en su calidad de vida tendrá que proceder de su habilidad para transformar el material desechado en los laboratorios en la materia con la que construir un relato que les permita recolonizar su propio cuerpo mas allá de los imaginarios que lo han estigmatizado como inútil, discapacitado, incurable, adicto,  distópico o crónico. Recolonizar el cuerpo es tanto como decirlo con palabras que no pertenezcan al discurso experto y que resistan el dictum biopolítico. Es sentirlo, nombrarlo y contarlo con un lenguaje nacido de la experiencia compartida de ese aprender a afectarse.

El enfoque procomún no pretende explorar los senderos del conocimiento abierto o las prácticas de la medicina participativa. Nada es más procomunal por ser más abierto.  La participación, el nuevo imperativo de nuestras sociedades democráticas, tiene por desiderátum mejorar la funcionalidad del sistema, público o privado. No falta quien aprendió a desconfiar de los proyectos que presumen de abiertos y/o participativos. Sabemos de muchos casos en los que la acción de abrir y/o participar sólo son las autopistas que conducen al robustecimiento de nuevos regímenes de propiedad y de privatización de lo público.

El enfoque procomún aspira a promover y provocar comunidades vivas que entre todos y con las sobras construyen el material que los sostenga como interlocutores confiables en el espacio público. Son los públicos que promueven la innovación social y ensanchan la democracia.  Aprender a afectarse es aprender a vivir en comunidad e implica ensanchar el perímetro de lo público y disolver las líneas imaginarias que dividen el mundo entre capaces y discapaces, entre expertos y profanos y, en fin,  entre los gestos institucionales y los extitucionales.

Antonio Lafuente
@alafuente

¿Necesita la ciencia ferias populares?

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IX Feria de la Ciencia de Madrid (abril, 2008)

Ahora que comienzan a proliferar los espacios maker y que ya nadie parece tener dudas sobre esta nueva deriva del sistema educativo y de innovación, recordé un texto que escribí hace seis años para reflexionar sobre otra urgencia del momento: las ferias de la ciencia. Muchos de los argumentos de entonces creo que siguen vigentes y merecen ser reconsiderados por quienes nos acompañen en el proyecto LADA.

En abril de 2008 se inauguró la IX Feria de la Ciencia de Madrid, un evento que logró congregar en tres días a más de cien mil visitantes. El ambiente era extraordinario y estaba dominado por gente joven, pues desde el principio se optó por un modelo de feria pensado para bachilleres y por profesores de enseñanza media. Se trataba, decía la folletería oficial, de movilizar la cantera y de insertar la ciencia entre las prácticas culturales ordinarias. Una operación que se veía ligada a la modernización del país y destinada a mejorar la imagen social de la ciencia y de los científicos.

El reto no era fácil, aunque su diseño se hizo con acierto, porque los hechos demuestran que los colegios son un público cautivo que garantiza el éxito, siempre que se mida en términos de audiencia. Había además muchas, variadas y convincentes declaraciones que demandaban a los científicos y a sus organizaciones salir de la torre de marfil y acercarse a las preocupaciones comunes. Ahora se les pide que sean eficientes o, en otros términos, que logren patentes y se inserten en el sistema productivo. Entonces, hace una década, se les reclamaba visibilidad, tanto para mejorar su impacto y reconocimiento en la comunidad científica internacional, como para desmontar los baluartes que les aislaban de la sociedad en su conjunto. La administración, la prensa y los mismos organismos públicos de investigación se pusieron a la tarea. Y hoy, con el esfuerzo de muchos, tenemos un reguero de eventos por todo el territorio nacional que celebran la ciencia. ¿Feria? ¿En qué sentido feria? ¿Es un mercado o es una fiesta? Creo que la IX Feria de la Ciencia de Madrid nos estaba convocando a una fiesta. ¿Fiesta? ¿Necesita la ciencia fiestas? ¿Qué se está festejando?

La inspiración para este artículo me llegó con la lectura de un conocido texto de Lévy-Leblond publicado en Alliage. El argumento es fácil de recrear. La imagen de la ciencia es ambigua, pues siendo indudable su contribución al desarrollo económico y al bienestar social, no es menos cierta su implicación en procesos tan poco píos como los de colonización, militarización, racialización o vivisección. Hiroshima, Chernóbil o Bhopal son hitos inolvidables, como también será duradera en el imaginario colectivo la memoria de las vacas locas, las dioxinas, el amianto o el DDT. Durante mucho tiempo las instituciones científicas han hecho todo tipo de piruetas dialécticas para minimizar el deterioro de su imagen pública. Desde afirmar que las conductas fraudulentas o perversas son excepcionales, hasta recurrir al viejo recurso de decir (disimular) que una cosa es la ciencia y otra sus aplicaciones.

Ambas estrategias pierden crédito, especialmente cuando se conoce que la ciencia ya es una empresa de unas dimensiones descomunales en donde, además de científicos, cada día son más influyentes los gestores de recursos financieros, de patentes o derechos de propiedad intelectual, de imagen corporativa y de personal. La consecuencia es que, en efecto, las instituciones científicas cada vez están más penetradas por el capital privado y, en consecuencia, por su modos de funcionamiento y, entre ellos, es inevitable hablar de la práctica del secreto, la mercantilización del saber (también el conectado a la salud y el medio ambiente) o la valoración de los descubrimientos según su cotización en bolsa. Hay empresas que invierten más en I+D que muchos estados. A su servicio, hay una constelación de oficinas de prensa, gabinetes jurídicos o think tanks que intentan influir en las políticas energéticas, alimentarias, sanitarias, de comunicación o seguridad y no siempre los ciudadanos saben a qué carta quedarse. Los gobiernos tampoco parecen muy ágiles en esta batalla por controlar la opinión pública. Hay mucha confusión y cada vez será más difícil separar la información de la opinión, el interés público del privado, la excelencia de la popularidad y los accidentes de los atentados.

Así las cosas, entre tanto problema por delimitar cada año llegaba la Feria de la Ciencia. Está muy bien que sepamos encontrar en el conocimiento el espectáculo de las maravillas y gozar con lo que de aventura hay en la exploración de lo nuevo, de lo distinto o de lo genuino. Sin duda, la pasión del saber merece una fiesta. Tampoco es un argumento menor el de quienes defienden la necesidad de buscar asuntos de mucho consenso, como la ciencia, para paliar de alguna manera la crisis de representación que padecen nuestras sociedades. Este razonamiento vale también para la oleada de ferias, fiestas o festivales de la música, el arte o el patrimonio. Nuestras ciudades no saben ya qué inventar. Y, desde luego, hay mucho negocio turístico alrededor de estas exultantes industrias culturales.

No es menos cierto, sin embargo, que pese a las muchas sospechas de mercantilización que merecen semejantes eventos, sigue habiendo en la música valores que favorecen la cohesión social. La música es un ejemplo que nos ayuda a entender lo mucho que le queda a la ciencia por recorrer para que las ferias se conviertan en fiestas. Todo el mundo sabe cantar, y nadie puede decir que no se ha involucrado en algún “Cumpleaños feliz” o en un “Asturias patria querida”. La música recorre todo el espectro social, desde el virtuoso anónimo al gran tenor, pasando por un baile de pueblo y la orquesta de chin-chin-pun, las nanas y el “We are the Champions”. La música es un asunto popular y plural, divertido y comercial. Todos los mundos caben en la música y, seguramente, en la literatura y en la pintura, pues nadie se escapará sin escribir o garabatear un papel.

La ciencia está lejos todavía de la gente. Los científicos se comportan como posesos, siempre celosos y vigilantes de quién usa y para qué su jerga. Si alguien “canta” mal es inmediatamente arrojado al pozo de los ignorantes, un pozo que nada tiene que ver con el pozo de Tales. Una conducta que tiene poco de divertida, y que más bien adopta los perfiles de lo profesoral, lo peripatético o lo fúnebre. Mientras la música es global y cercana, la ciencia sólo parece hablar lo universal y lo distante. ¿Saben hablar los científicos? ¿Podrían soportar una conversación sobre lo que (nos) pasa sin perder los nervios y quitarnos la palabra o, peor aún, todas las palabras? ¿Les somos necesarios o, simplemente, sólo funcionamos como gente a quien adoctrinar?

Lo peor de las Ferias de la ciencia no es que las instituciones las utilicen para hacer propaganda de sus actividades, tratando de evitar la pérdida de imagen que paulatinamente se va apoderando de los científicos. Lo peor no es que nos traten de analfabetos, como si fuéramos un terreno baldío que hay que arar y luego cultivar. Tampoco sabemos solfeo y, sin embargo, viene una soprano e interpreta su lieder sin quejarse de tener un público ignorante. Y es que la música, al fin y al cabo, habla de lo que nos pasa. Una interpretación no es sólo un acto de comunicación y de creación, sino también una negociación que involucra a todos los presentes, salvo quizás en los santuarios del virtuosismo.

Lo peor de la ferias es que confunden ciencia con descubrimientos. Sólo interesa lo último, lo más sexy y, a veces, hasta lo más raro. Las ferias de la ciencia son de triunfadores. Las grandes ideas, y los descubridores brillantes, las organizaciones ricas y los problemas mediáticos. ¿Dónde están lo amateurs y los activistas? ¿Qué se ofrece a las amas de casa, los rockeros y los alérgicos? ¿Cuál es la fiesta que se ha preparado para los que sufren de ansiedad, los que saben de pájaros o quienes crean el software libre? Hay muchos profesores, pero se ve poca presencia de los colectivos que, desde la ciencia y la experiencia, nos protegen de los abusos contra el medioambiente, la salud, la privacidad o la privatización alarmante de nuestras aguas, costas, calles o cultura.

No voy a decir que la Feria a la que aludo hubiese caído en manos de mercaderes: los expertos en marketing corporativo. He visto a muchos niños y muchachos con el brillo en los ojos de quienes saben gozar sabiendo. Pero como hay tanto listillo que sabe sacar partido de todo, nadie lamentaría que cada Feria tuviera un defensor de esa candidez amenazada -defensor de la nostalgia de (otra) ciencia-. Se puede decir que la feria no rompe del todo la condición de compartimento estanco reservado para los científicos. Los niños se disfrazan de científicos, pero no vemos a científicos disfrazados de legos, aún cuando con lo que saben se escriben unos cuantos papers y con lo que ignoran se hacen bibliotecas nacionales.

Ya voy a terminar. A las ferias de la ciencia de entonces y quizás también a las ferias makers de hoy les falta espesor cultural, histórico y cívico. Nadie se esfuerza en contar lo difícil que fue montar leyes estables, las polémicas que necesitó identificar las variables con las que encajar la realidad en un modelo. Parece que el medio ambiente siempre estuvo ahí, cuando el concepto mismo es un alarde de creación colectiva, distribuida e intergeneracional. Hay que ser más valiente en el tratamiento de los problemas que hay en la calle y mostrar que no son el capricho de unos arrebatados, sino una construcción social de la que es imposible separar las dimensiones políticas e ideológicas de las tecnológicas y comerciales. La ciencia no es una cosa de genios: es una empresa colectiva e histórica, con máquinas, operadores, inversores, comunicadores y abogados. Hay que hacer un gran esfuerzo para que el protagonismo excesivo que se concede a lo fácil (lo abstracto y lo brillante) se compense con lo complejo (lo local y lo incierto).

Seguramente pasarán años antes de que las ferias logren arraigarse en la urbe. Levy-Leblond habla de estos eventos como síntoma de un mal de culture, concepto que ayudó a popularizar un texto de Castoriadis, En mal de culture (Esprit, octubre de 1994), también publicado bajo el título La culture dans une societé démocratique. La ciencia que estaría frente al vértigo de ser otro recurso más con el que hacer negocios (como le pasa al arte o al deporte) puede estar despidiéndose de su origen ilustrado al servicio de lo público y en lucha contra la superstición. Nuestra sociedad entonces mira a la ciencia como si todavía quisiera ser símbolo de emancipación, autonomía, libertad y progreso. Cuando la ciencia sólo sea una forma más de institucionalizar los discursos dominantes (los que abanderan las corporaciones multinacionales), nuestra sociedad padecerá un agudo mal de culture del que deberíamos protegernos.

Antonio Lafuente
@alafuente

Aprendizajes situados y prácticas procomunales

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Fotografía de Antelmo Villareal

La educación es normalizada, jerárquica y homogénea, mientras que el aprendizaje siempre es encarnado, situado y local. La educación evoca los imperativos de la evaluación, la disciplina y el manual. El aprendizaje, sin embargo, hay que escribirlo en plural (educación vs. aprendizajes), hay que pensarlo como emergente (horizontal vs. distribuido) y hay que vivirlo como algo concreto (planes vs. prácticas).

Nuestro trabajo se propone mostrar, mediante el análisis de unos cuantos casos representativos, cómo cambia la imagen de la educación cuando la miramos desde la perspectiva del procomún. El procomún es un concepto que abre nuestra inteligencia a distintas formas de gestión de los recursos compartidos. Cuando lo referimos a procesos de aprendizaje evocamos prácticas que son extramuros, conductas que son horizontales, organizaciones que son abiertas, estructuras que son recursivas y conocimientos que son inalienables. Y los casos que hemos tratado en el artículo harán evidentes estas diferencias y su relevancia para el mundo que habitamos. También queremos subrayar su peculiar relación con las nuevas tecnologías, pues obviamente no todo lo que se ha escrito sobre la escuela 2.0 es sinónimo de procomún.

Nuestro propósito, en fin, es convertir la noción de procomún en un área de pruebas, una ámbito experimental, una zona en obras que nos ayude a entender la importancia regenerativa que para la educación tienen las estructuras informales, las prácticas extitucionales, la cultura p2p, las conductas DIY, las propuestas hackers, los entornos colaborativos y las comunidades emergentes. La educación siempre estuvo en manos de los profetas del tecnoadvenimiento. Y, otra vez, los dueños del manual, los gestores del Moodle, los vendedores de pizarras digitales, los duchos del Prezi y los apóstoles del PLE quieren convencernos de que la educación es cosa de artefactos, códigos y apariencias. Sabemos que no es verdad, sobran estudios que lo argumentan, pero otra vez vamos a llenar las aulas con una maquinara que sirvió para imaginar un futuro que ya se quedó atrás hace unos años. Quienes así actúan apuestan por el pasado y están destinados a la obsolescencia programada. Y lo que vale para los artilugios también sirve para los palabros. ¿Qué tienen que ver el do it yourself o ese hazlo tú mismo, el remix o remezcla, lo beta o imperfecto y el p2p o intercambio entre pares con la educación?

Podríamos decir que son los nuevos mantras que la cultura digital ha legitimado como formas de aprendizaje informal que, además de válidas, son especialmente valiosas. Se puede aprender desde los márgenes. Es verdad. Pero, reconozcámoslo, estas formas de aprender no son nuevas. Al contrario, son propias del ser humano. Lo novedoso es que hasta ahora se escondían en los márgenes, en la periferia del sistema educativo, ya fuera porque lo que se aprendía no tenía cabida en lo formal, ya fuera porque lo formal no colmaba el anhelo de los aprendices. En fin, lo cierto es que en Internet lo que siempre fue marginal (la copia, la peña, el remiendo y el aficionado) se hace ahora visible con la dignidad de lo auténtico. Y es que copiar, mezclar, reciclar, reusar son actividades que demandan capacidad para elegir y, en consecuencia, implican una formación previa. Y, desde luego, una comunidad capaz de contrastar, movilizar y acumular un fondo común de saberes accesibles y prácticos.

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Antonio Lafuente
Investigador del Instituto de Historia (CSIC)
@alafuente

Aprendizajes comunes

¿Qué está pasando en los tiempos que vivimos? Mientras la vida acelera revoluciones y va por delante de lo que somos capaces de comprender, estamos inmersos en infinidad de procesos colectivos de transformación del espacio común y de resiliencias subjetivas e individuales. Hay grietas que resquebrajan lo establecido en cada conversación que robamos a una vecina en el metro, en el mercado o en Tuiter. Aprendemos de todo ello, seguramente a marchas más forzadas de lo que nos gustaría y dejándonos gran parte de la brillante explosión de saberes en el camino de la dispersión y de la precariedad. Pero, acelerado, incompleto y lleno de contradicciones, el tiempo que vivimos es único para aprender.

Volvemos porque aprendemos

«La libertad de construirnos nosotros y a nuestras ciudades es uno de los derechos humanos más preciados y, a día de hoy, más descuidados. ¿Cuál será la mejor forma de ejercitar ese derecho?»*. Se lo pregunta David Harvey en Ciudades rebeldes. Del derecho a la ciudad a la revolución urbana. Por lo que observamos fruto de la constatación empírica, la respuesta está en lo político en su sentido más amplio construido en base a la praxis. Constantemente participamos de forma presencial o digital de experiencias donde el hacer crea, comparte saberes y brinda aprendizajes; donde lo que menos importa es de dónde vengas o qué te acredite. Por el contrario, lo que suma es compartir, abrir la imaginación a posibilidades que desborden lo esperado, desear y hacer en comunidad.

Así, un solar vacío llama a un huerto gestionado de manera colectiva, un Estambul al que le roban Gezi pide miles de personas defendiendo el parque común, una concesión de hospitales públicos a empresas de capital privado desborda las calles —y los imaginarios— con mareas que defienden lo que a todos pertenece, una ciudad congestionada de automóviles tiene como respuesta la celebración de decenas de ciclistas que ruedan juntos sobre el asfalto que nunca fue pensado para ellos. Cada hecho suma. Aprendizajes, hilos, conexiones, saberes y conciencia de que la vida de manera individual y autónoma no funciona, pero en comunidad sí. «Se nos ha impuesto la ficción fracasada de que somos individuos autosuficientes», dice  Marina Garcés.

De estas experiencias colectivas —unas más mediáticas, otras menos, unas más globales, otras únicamente barriales, unas que se convierten en trending topic y otras que pasan desapercibidas— extraemos aprendizajes que construyen realidad. No de manera lineal como cuando cada septiembre comienza un curso nuevo y hay una lección esperando ser aprendida y recitada siguiendo exactamente el mismo procedimiento que el año anterior, sino de forma no cronográfica, dispersa (desordenada, incluso) y orgánica. Y si aprendemos, compartimos los saberes y por supuesto los afectos, ¿cómo no regresar a cuidar lo colectivo?

La mejor manera de proteger el conocimiento es hacerlo libre

La transmisión de saberes, tradicionalmente de boca en boca y de generación en generación, se nos ha impuesto de manera sistémica a través de la educación formal. Ligado al Estado del Bienestar, a las democracias occidentales del siglo XX, y a un enfoque utilitarista en favor del mercado de trabajo, el aprendizaje fruto de la educación formal ha sido fundamental para homogeneizar el acceso al conocimiento y promocionar la investigación científica. Pero hoy, en este año que llamamos catorce, con el Estado del Bienestar maltrecho, las democracias permanentemente cuestionadas y la extensión exponencial de las tecnologías de información y comunicación, la transmisión de saberes se nutre de nuevo del boca a boca, del P2P. Solo que esta vez es en red, a escala global, en abierto y de manera instantánea.

Cuando decimos de una manera de compartir conocimiento que es abierta, quiere decir que es más que pública. No se trata de comunicar y dar por terminado el proceso, sino de brindar, de manera proactiva, la posibilidad de modificar, ampliar, reutilizar esos saberes y construir a partir de ellos. La garantía, por tanto, para proteger el conocimiento y permitir que sea replicable es, simplemente, hacerlo libre.

Nuestra lengua madre es internet; las tecnologías, nuestra herramienta de transmisión y lo digital, el clima que nos rodea. Todos generamos y transmitimos conocimiento. Pasamos de ser consumidores (receptores) a prosumidores que intervienen en la construcción de saber. Esta recogida de voces a priori inconexas, periféricas, aisladas como capas de saberes, deviene en un nuevo paradigma, un ecosistema en el que nos desenvolvemos con soltura pero en ocasiones nos cuesta explicar. En este entorno cada quién encuentra caminos de aprendizaje a través de una mezcla de subjetividades infinita. Lo dogmático da paso a lo horizontal, lo compartido prevalece sobre lo privativo. Y el conocimiento deja de ser una acumulación de saberes (como en una biblioteca) para convertirse en una experiencia crítica y colectiva (como una espiral creciente que en su discurrir toca puntos antes inconexos, recoge a su paso y devuelve en su retorno). Del almacenamiento de la memoria ROM a la escritura aleatoria de la memoria RAM. No es algo virtual, no es residual. Son experiencias que crean realidad. La Fundación Mozilla, por ejemplo, plantea a través del proyecto Mozilla Open Badges una manera de reconocer habilidades y logros reales adquiridos a través de procesos de aprendizaje no formales en la Red.

Esta práctica de copiar y pegar saberes no es exclusivamente digital. Ni mucho menos. Retorna a la calle y tiene mucho que ver con la cohesión de espacios de reproducción de lo común: centros sociales autogestionados, huertos urbanos y comunitarios, procesos de investigación-acción, mercados, asambleas de vecinos, propuestas culturales libres… En definitiva, redes de apoyo mutuo, recuperación del entorno social, reproducción y cuidado. El aprendizaje, por tanto, no se da en un compartimento estanco de la vida sino de forma transversal en la vida.

Lo sostenible

La reproducción de lo común (cultura, cuidados, aprendizaje, salud, barrio, comunidad…) no es un aspecto residual ni mucho menos. La sostenibilidad de proyectos pasa por infinidad de acuerdos —micro y macro—, consensos, experimentos, implicación subjetiva y colectiva. Pero, sobre todo e invariablemente, la sostenibilidad está transversalmente atravesada por el aspecto económico. Lo cognitivo, lo afectivo y lo experimental está intrínsecamente ligado a lo laboral. En un momento crítico con respecto a las bases que creíamos inamovibles (vivienda, trabajo, educación, sanidad garantizadas), la precariedad de la vida empuja y contrae. Cantidad de proyectos comunitarios autogestionados surgen como parte de una necesidad. El modelo cooperativo se extiende. El modelo asociativo se recupera. Redes de cooperativas integrales, mercados sociales, monedas alternativas. Se intenta buscar el resquicio a través de la creatividad y la imaginación.

La práctica comunitaria retorna habitualmente retribuciones afectivas e intelectuales significativas. En otros casos prevalecen los retornos en forma de documentación de código abierto y archivo de prácticas puestas al servicio del común. Las más de las veces estas prácticas se perciben como éxitos, se relatan como experiencias únicamente positivas. Pero con menor frecuencia, estas mismas comunidades problematizan los procesos y se centran en los conflictos. Hay experiencias que surgen a modo de experimento y se conforman con existir de esa manera. Pero otras muchas están constantemente pendientes del tiempo, de la financiación o de periodos electorales. En contadas ocasiones, la financiación —cada vez más magra— de proyectos de intervención colectiva proviene de Administraciones Públicas, pero la tendencia apunta a que la participación ciudadana se conforme con gestionar la escasez. Y con esta deriva hacia la precariedad, ¿no se está justificando en paralelo a una Administración que deja de ocuparse de su sociedad?

Lo sostenible pasa también por crear mecanismos, identificar cuándo son efectivos, documentarlos, compartirlos. Exactamente igual que en la ética del software libre. Del Do It Yourself al Do It With Others. Pero documentar y compartir, una parte esencial del aprendizaje de código abierto, requiere tiempo. La precariedad y la falta de condiciones mínimas de sustento a menudo no lo permiten. De nuevo, la sostenibilidad en el centro de los procesos.

Lo interconectado

En la Red replicamos experiencias, compartimos, aprehendemos y copiamos. A menudo se extiende el discurso de que a través de esta interconexión global cambia la realidad global como una revolución inevitable. Es cierto en parte. Atendemos a eventos hiperlocales donde lo particular traza vínculos complejos con otras particularidades lejanas. La conexión de subjetividades líquidas a través de internet cala en otras realidades, pero atender a esta hipótesis perdiendo el foco y la atención sobre lo local, lo micro, es cuando menos arriesgado. Habitamos el barrio y estamos construidos y atravesados por nexos personales, afectos, redes y conflictos de proximidad. Aprendemos en red, sí. Más que eso, copiamos en la Red en un acto de amor y agradecimiento a la producción del otro. Copiar no es ni de lejos robar o plagiar, sino reconocer y abrazar. Más allá de concebir estas prácticas como copyleft, hablamos y practicamos copylove.

A través de este y los siguientes textos en La Aventura de Aprender, relacionaremos saberes con personas y colectivos; abordaremos eventos aparentemente aislados para leerlos como procesos de aprendizaje desde distintos lados del prisma; nos preguntaremos por el cambio de paradigma que nos plantean ciertos aprendizajes actuales y los relacionaremos con experiencias tradicionales; investigaremos sobre el comisariado de ciertos procesos; querremos entender la implicación de prácticas de archivo, documentación y réplica; intentaremos desmitificar experiencias que parecen sólo contar el éxito y lo positivo y problematizaremos algunas cuestiones; nos meteremos en la cocina de lo afectivo. En la medida de lo posible intentaremos trazar hilos que, como tirolinas, conecten puntos distantes. Otros hilos serán menos tensos y discurrirán dibujando meandros y tejiendo redes.

Aquí venimos a recoger voces desde la periferia, a mezclarlas y trenzarlas para proponer nexos de unión, pero sobre todo a dejarlas abiertas para que entre todos aportemos y construyamos este mundo común que habitamos gustosamente, pero a menudo nos cuesta definir.

Carmen Lozano Bright
@carmenlozano

Web de LADA: archivo abierto y espacio de intercambio

En abril presentábamos la página web de “La Aventura de Aprender”, un espacio que actúa como ventana del proyecto en la red. En este post explicaremos cómo se organiza el archivo, bajo qué licencia de uso están los contenidos, y en definitiva, qué funciones cumple ésta dentro del marco de “La Aventura de Aprender”, proyecto que gira en torno a los aprendizajes con el fin de descubrir qué prácticas, atmósferas, espacios y agentes hacen funcionar las comunidades.

ARCHIVO ABIERTO

Todos los contenidos de “La Aventura de Aprender”, una vez son emitidos en el programa “La Aventura del Saber” – La 2 de RTVE – , se publican en la página web. De esta forma, se recuperan, por un lado, todas las experiencias de aprendizaje ciudadano filmadas en el marco del proyecto, y por otro, se acompañan con información y materiales que ayudan a su contextualización.

Un archivo que en estos momentos cuenta en su haber con más de ciento cincuenta vídeos (si sumamos los reportajes y las entrevistas) y que crece cada semana, necesita de un criterio que permita categorizarlo de forma intuitiva y relacional. En el caso que nos ocupa, el criterio elegido para facilitar su búsqueda e indexación y favorecer la creación de relatos en torno a los contenidos, es su categorización en Entornos y Acciones.

Los cuatro Entornos, que actúan como categorías más genéricas, se inspiran en el texto «Los cuatro entornos del procomún» de Antonio Lafuente. Entendiendo las experiencias de aprendizaje mapeadas como experiencias que buscan y habilitan espacios comunes, la definición de los cuatro entornos (urbano, natural, corporal y digital) nos ayuda a visibilizar cómo, desde la pluralidad, estas comunidades contribuyen al sostenimiento de bienes comunes.

Entornos_LADA

  • Urbano: El entorno urbano es el espacio que hacemos entre todos para que la vida fluya y sea vivible. En él coexisten flujos de personas, infraestructuras o palabras que recorren las redes que sostienen la vida en común.
  • Natural: El entorno natural funciona como un afuera de la vida en común. Lo forma la cultura del agua, la vivencia del aire, el uso del bosque, el nexo con los animales, los océanos; como también el genoma o el clima.
  • Corporal: El entorno corporal parte de la experiencia de que el cuerpo no es sólo identificable en términos de individualidad, sino con todas sus posibilidades expansivas a partir del ensamblaje con otros cuerpos.
  • Digital: El entorno digital es un enjambre habitable y convergente de herramientas donde todos y todo se abre a sus posibles, nada es definitivo y cualquiera se puede hacer visible. Un espacio en el que se crean sin cese dispositivos y canales para que la información, las relaciones y el conocimiento fluyan.

Si bien los Entornos ejercen como categorías más globales, las Acciones (investigación, intervención, aprendizajes y cuidados) tratan de describir aspectos más concretos relativos a cuáles son los procesos que definen mejor las actividades y modos de hacer de cada una de las experiencias.

Acciones_LADA

  • Investigación: Procesos orientados a la producción de conocimiento nuevo, tentativo y público.
  • Intervención: Procesos orientados a la transformación del entorno y a la visualización de sus asimetrías.
  • Aprendizajes Procesos orientados a la adquisición situada de procedimientos de acción y comprensión.
  • Cuidados: Procesos orientados a la promoción de la parte afectiva, práctica y próxima de nuestras relaciones.

Cada experiencia de aprendizaje está categorizada dentro de un Entorno y una Acción.  Los vídeos de los reportajes y las entrevistas se incluyen dentro de lo que denominamos ficha de experiencia. En esta ficha, además de mostrarse el Entorno y Acción en el que está categorizada la experiencia, se acompaña de una descripción, los datos de contacto, enlace a su web y perfiles sociales, las etiquetas que permiten su búsqueda semántica, materiales relacionados y aquellas experiencias con las que tiene algún tipo de vinculación. Así, el usuario interesado en una de las comunidades obtiene una idea más global que le permite situarla.

LUGAR DE ENCUENTRO E INTERCAMBIO

La página web de “La Aventura de Aprender”, además de un archivo, aspira a ser un lugar de encuentro e intercambio. Por ello, una vez disponibles los contenidos en la red, el siguiente paso es que sean los usuarios quienes se apropien de los materiales por la vía del comentario, el añadido y la remezcla.

Los Laboratorios de “La Aventura de Aprender”, que se presentarán en las próximas semanas, parten de este cometido y  anhelan convertirse en el pretexto para iniciar laboratorios acerca de lo que (nos) pasa. En torno a estos laboratorios se activarán dispositivos de diálogo y negociación que convertirán a los profesores en mentores, a los estudiantes en investigadores y a los ciudadanos en lanzadores de ideas y proyectos.  Las nuevas comunidades que surjan inspiradas en los contenidos de “La Aventura de Aprender” se configurarán en plataformas para todos y entre todos, en las que repensar y estimular colectivamente diversas formas de hacer urbe, patrimonio, cuerpo y/o internet.

LICENCIA DE CONTENIDOS

Los audiovisuales presentes en la web de «La Aventura de Aprender», después de su emisión, están a disposición de los usuarios para su uso, descarga, edición y publicación posterior, por docentes y estudiantes de centros públicos, concertados y privados así como en el ámbito universitario, como un recurso más en el marco de la creación de materiales educativos para la enseñanza, el aprendizaje, el desarrollo y la investigación.

Rocío Lara
@comunicarte

Saberes y aprendizajes: LAS con LADA

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La Aventura de Aprender (LADA) es una consecuencia previsible de La Aventura del Saber (LAS). Se basa en los materiales emitidos por La 2 de RTVE perodifundidos a través de una web propia cuya finalidad es doble: primero, mostrar que los movimientos sociales también son parte del sistema educativo y, segundo, estimular en el aula prácticas experimentales que impliquen a todos los concernidos y que atiendan a lo que (nos) pasa.

La relación entre educación y nuevas tecnologías no es un invento reciente. Tanto, que ya configura el campo de estudios conocido como educational technology. También es antigua la voluntad de querer llevar contenidos a grandes sectores de la población. Siempre hubo una relación entre educación y masas, como lo demuestran la Encyclopédie y la obra de Feijóo en el siglo XVIII, las Exposiciones Universales y la obra de Flammarion en el siglo XIX, los Science Center y la película Parque Jurásico en el siglo pasado, o el mobile learning y los MOOC en el nuestro. La irrupción de contenidos cultos o educativos en la televisión tampoco son un capítulo menor en este relato de urgencia de los muchos acercamientos entre los media (nuevos) y la educación (renovada). Y, sin duda, La Aventura del Saber (LAS) merece estar entre las experiencias más duraderas e influyentes.

Nuevos actores

En 1992 tomó forma un proyecto pionero para su tiempo y necesario en nuestro mundo: hacer que la tele hablara el lenguaje de la Academia y que el sistema educativo reconociera en la televisión un aliado estratégico. Fue así como en el curso 1992-93 comenzaron las emisiones en la segunda cadena del programa La Aventura del Saber. El acuerdo con el Ministerio de Educación obligaba a que la emisión se produjera de lunes a viernes en la franja de 10:00 a 12:00, coincidiendo con el período lectivo, de septiembre a junio. Durante el verano de 1994 se creó un Gabinete de TV Educativa cuya función era diseñar series para la producción anticipada del programa.

Más de dos décadas de emisión son un récord difícil de igualar. Rutas Literarias, La mente humana, Más por menos, Con voz propia, Pop español, De la tiza al chip, El show de la ciencia, entre otras muchas, son algunas de las series con mayor suerte y audiencia. Los nombres ya nos dicen mucho de cómo estaba cambiando el país, pues no es casual que transitemos de lo literario al entertainment, y que las palabras pop, chip y show aparezcan en la cabecera. La Aventura del Saber es una de esas iniciativas silenciosas y amables que de una u otra forma están en nuestra memoria colectiva y que siempre recordamos con simpatía. Y aunque nos hayamos acostumbrado a su presencia, hay que reconocer que la idea de poner a los profes ante las cámaras y de acercar, a través de sus contenidos, conceptos complejos con verbo mundano era un atrevimiento que implicaba dar valor a lo espectacular, lo entretenido y lo superficial como aliados eficaces en la tarea de mejorar la comunicación del saber a la ciudadanía.

Pero los tiempos cambian y también las demandas sociales. La paulatina generalización del uso de internet convierte en secundarias algunas funciones que hace una década considerábamos fundamentales. Ninguna función ha sufrido más que la tarea de difundir contenidos. A la tele le ha salido un duro competidor con el que merece la pena colaborar y desarrollar proyectos juntos. Pasó la época en la que ambos medios podían ignorarse.

RTVE sigue siendo el socio capaz de producir vídeos de calidad a una velocidad imposible de batir. Y la web emerge como el nuevo actor capaz de sostener una comunidad de usuarios interesada en los materiales producidos, más allá de la franja horaria de emisión. Pero no sólo creíamos necesario mejorar la comunicación del proyecto, sino que también urgía un cambio de orientación. Más que dar cuenta de las novedades surgidas en el mundo del conocimiento, ahora queremos poner el énfasis en los procesos de aprendizaje. Queremos mostrar que la educación es algo que no sólo ocurre en el aula, sino que sucede en cualquier lugar, en cualquier momento y con cualquier persona. El motor del programa ya no son las ideas, los descubrimientos o las invenciones. Queremos transitar desde lo individual a lo colectivo. Lo que ahora nos interesa son las organizaciones, las prácticas y las comunidades capaces de movilizarse para hacer cosas juntos, para empoderarse y para hacer visibles algunos de los problemas que tienen como grupo, ya sea por pertenecer al mismo barrio o ya sea por conformar una comunidad de afectados.

Si aprender es algo que sucede a diario y, con frecuencia, extramuros del aula, nuestro programa quiere contribuir a poner en valor la importancia que tienen en la vida las experiencias de aprendizaje ciudadano. Nuestras ciudades y pueblos dan acogida a un sinfín de organizaciones informales que agrupan a colectivos interesados por hacer cosas juntos. Muchas veces quieren influir en las políticas municipales, otras están preocupados por problemas medioambientales, sanitarios, laborales, culturales o sociales. No faltan las asociaciones que tratan de mejorar la calidad de los jardines o que quieren compartir sus conocimientos sobre informática, cocina, costura o cine, sin olvidarnos de los amigos de los pájaros, las setas, las estrellas o los museos. Nuestra convicción es que, en su conjunto, son expresión de una riqueza invisible y decisiva en la construcción de la vida en común. Estamos tan seguros de su importancia que las hemos convertido en protagonistas de La Aventura de Aprender (LADA). El porqué se explica fácil: no importa cuál sea el motivo que reúna a las personas, todas las organizaciones de las que estamos hablando tienen que constituirse como comunidades de aprendizaje, tienen que ser verdaderos agentes en la tarea de identificar, seleccionar, acumular, criticar y distribuir conocimientos. Con mayor o menor modestia todas estas organizaciones que ya son tenidas por agentes decisivos en los procesos de innovación social, también deben ser consideradas parte sustantiva del sistema educativo.

Nuevos media

La Aventura del Saber ha seguido, como siempre hizo, filmando a los actores de sistema educativo. Pero ya no basta con crear buenos productos y emitirlos sin restricciones de audiencia. No basta con hacer las cosas bien, ahora hay que hacerlas mejor. Hacerlas bien, exige incorporar nuevas prácticas. La primera de ellas implica garantizar su accesibilidad en cualquier momento y sin barreras geográficas, lo que obliga a transitar desde las plataformas televisivas a las interfaces digitales. Tener los programas en la web y accesibles, guardados en un repositorio abierto y semánticamente etiquetado, es un gran logro que abre los contenidos a posibilidades hasta hace poco inéditas. Pero no es suficiente. Quedarse ahí sería despilfarrar recursos públicos.

La condición de servicio público de RTVE implica que la ciudadanía, además de tener acceso al archivo audiovisual como garantía a su derecho a la información, pueda utilizar los recursos para usos educativos, creativos o de investigación. Trabajar en la dirección correcta implica también una segunda condición: hacer que estos materiales puedan ser descargados, editados, modificados y distribuidos de forma libre. Y nosotros lo hemos logrado siempre que sea para usos educativos y sin fines de lucro. No necesitamos más privilegios que los mencionados, ni tampoco queremos entrar en polémicas que nos alejen demasiado de la realidad en la que estamos trabajando. Al mundo al que vamos se llega desde donde estamos y eso exige desbrozar una ruta, un entre tanto o un mientras qué, antes que obsesionarse con el destino. Lo inevitable, o mejor lo óptimo, es que haya varios itinerarios y que cada proyecto innove en el suyo. Lo importante, insisto, es el cómo y no el qué. Esta es la regla de oro de la nueva política o, en otras palabras, de la nueva manera de construir lo común.

La Aventura de Aprender (LADA) asume precisamente el reto del atreverse a formular preguntas sin respuesta, o cuya respuesta es más compleja de lo que esperábamos. Un proceso de aprendizaje que nos obliga a conversar con otros maestros, descubrir nuevos conceptos, arriesgarnos con lo no certificado, explorar el lenguaje audiovisual y atender las demandas del hacer compartido.

Habrá otro post para explicar en detalle la web LADA. Baste aquí con enunciar el tercero de sus ejes vertebrales. Todo gira alrededor de la cultura experimental sin confundirla con aparatos o datos, ni ninguna otra forma de technological solucionism. La cultura experimental no es un fin en sí mismo, sino un medio para abordar lo que nos pasa. Lo que nos pasa es siempre algo sobre lo que tenemos experiencia y puede que hasta urgencia, es algo que identificamos como cercano, concreto y colectivo. Decimos que nadie es más listo que el hambre, y obviamos el cómo logramos satisfacerla. El cómo que evocamos implica conocimientos, interacciones, tentativas, contrastes,… obliga a ensayar hipótesis, construir modelos, establecer protocolos, calibrar resultados, jerarquizar problemas o, en tres palabras, hacer ciencia ciudadana.

Antonio Lafuente

Instituto de Historia (CSIC)
@alafuente